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Foto del escritorTriangle Estudio

Mirar a los ojos al hablar

Actualizado: 3 jun 2020


Foto: Fernando Guerrero


Uno de los actos más humanos, mil formas de profanarlo.

Mirar a los ojos al hablar.  

                                              

A veces suelo estar silencioso, observante  de mi entorno, pero hay en mi un extraña necesidad transformada en placer. Estar inmerso en una conversación cara a cara, sin virtualidades, es en definitiva una sensación que roza el hedonismo. Juan C Guerrero-Fraile 

El humo del vapor que surge del mate, té o café, recién hecho; sin duda alguna ver estas bebidas tan apreciadas por mí, empieza a dibujar una ligera sonrisa que va acariciando las comisuras de mi boca. El rostro abre la jaula a sus líneas de expresión –cada una de ellas con una historia- suavizándolas; las manos juegan libres, con un poco de nerviosismo pueril, pero nada, eso es señal de confort, una señal en la cual el cuerpo empieza a entonarse con el espíritu, donde a su vez el espíritu inicia su lascivia.


Es el instante en donde se detiene el tiempo, la brisa intensifica su fragancia, los sonidos toman calidez, la respiración se aquieta y la imaginación va mostrándote un rumbo nada claro, eso añade interés por continuar. De una forma u otra se inicia la cháchara. Así nace del útero de nuestra lengua, la palabra, que a su vez nace del espíritu y se transforma en un rosario de frases que van tomando vuelo y se intensifican al recibir correspondencia: no importa quién se haya iniciado a conversar con nosotros, mujer, hombre, niño, anciano, lo importante es que este acto te reúne con la gente, con ese “otro” que esta allí, completamente dispuesto a escucharte y vos completamente dispuesto a hablarle; es sin duda un acto tan hedónico el charlar desenfadadamente, mientras el sabor de tu bebida preferida toma inadvertidamente los rincones del paladar, compartiendo el espacio de tu boca con las palabras que han hecho equipaje ligero, por que irán a un viaje corto hacia los oídos del que te escucha y volverán retroalimentadas, vestidas con esas experiencias ajenas que sin lugar a dudas, son la miel del acto mismo de la conversación.


Va transcurriendo el tiempo de una forma diferente, ya no será el reloj el que condicione, sino más bien nuestro ánimo interno el que le otorgue adjetivos al tiempo: una conversa es larga y tediosa si lo hablado va careciendo de sentido; es corta e interesante cuando disfrutas cada frase de quien la dice; es intemporal cuando todos los elementos se confabulan, para hacernos navegar ligeramente a un puerto aún no descifrado, pero aceptamos el viaje con placer casi carnal. Hay una extraña sensación de bienestar apoderándose de mi, cuando las palabras son matizadas por la mirada; se esta perdiendo la capacidad de mirar a los ojos cuando conversamos, eso se deba tal vez a que nos incomoda charlar frente a otro humano. Progresivamente nos estamos ensimismando, y este acto de conversar, esta rediseñándose tras las teclas de un computador o un teléfono “inteligente”. La pantalla en donde plasmamos las palabras es fría, silenciosa, inerte y carece de gestos, eso nos da cierto placer mórbido y un confort adictivo, por que podemos decir y decir y seguir diciendo, sin ver los ojos de nadie; el rostro es invisible y le ponemos imaginariamente las caras que deseamos ver en el otro y no el rostro que el otro simplemente posee.


Esta seguridad, esta sensación de control, esta incomodidad de vernos a través de los ojos de otro ser humano, es la que fomentamos. El acto sublime de la palabra, y el gesto de compartirla honestamente, en aproximación  física con nuestros semejantes, esta desconchándose, como aquella pared olvidada, de esa casa habitada constantemente, por la soledad.


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