Fotografía: juan c guerrero-fraile
La insoportable sensación del vacío. El cuerpo, trémulo, la mente sin candor. HORROR VACUI
Inmersos en la necesidad de llenar cada rincón, cada espacio tanto físico como emocional, nos intoxicamos de desdicha, narcóticos, hambre y frío, aún cuando lo tenemos todo, justo a nuestro alrededor. Al final, estamos aislados… Juan C Guerrero-Fraile
En un día supuesto, en una hora supuesta, en un instante supuesto estuve allí. ¿Por que ese horror al vacío, que ha sido el follaje donde nuestra actual sociedad se ha levantado?. Es difícil darse cuenta, y más aún aceptarlo, este hecho en donde emergemos como sociedad colmada de miedo a uno mismo, al silencio interno, a la soledad inventada.
Nos agolpamos en las calles buscando lo que nos permitirá llenar nuestros espacios; muebles, puertas, zapatos, bisutería gente más gente y mucha más gente buscamos, pero en el fondo no buscamos compartir, buscamos refugiarnos en el horror de estar con nosotros mismos pero acompañados de alguien; sin importar quien sea, ni como sea ni qué quiera compartir con nosotros. Hay un terror en el aire, en las calles, en la gente por ser gente y por tener cosas que llenan espacios y recodos existenciales.
Las obras de arte muestran el actual mundo interior de quien la crea, y si nos fijamos bien, cada obra muestra un ser, singular, sin “otros” a su alrededor, muestran una realidad atormentada, que no es mas que la voz de su creador, que a su vez se reúne con otra gente y otra gente más, hacen sonar las copas en gesto de celebración, pero la mirada esta perdida, sin candor, solo visajes de lo que pretendemos ser, aquello que supura en los estantes, en las vitrinas lustrosas de la moda.
Me duele ver a las personas que quiero recurrir incansablemente – lejos del placer y cercanos a lo insomne, al abuso de narcóticos – narcosis que trasciende las sustancias psicotrópicas (sin excluirlas) acciones que paulatinamente van desgastando sus temerosos corazones a la posibilidad de percibir el mundo y sus emociones, sin estar bajo esta influencia. Hay necesidad de carencias proscritas en recetarios anacrónicos, de televentas y patente, de lánguidas mujeres anoréxicas bañadas con flashes y fotografías; hay necesidad de caricias y de besos, pero estando juntos los cuerpos se alejan con la misma vertiginosa vorágine que le imprime el horror de entregar nuestras fósiles fachadas de mercado, al otro. Y recurrimos de nuevo a la decadencia del espejo cuando nos preguntamos por qué estoy solo en esta soledad inventada, si con rabiosa búsqueda salen los cuerpos tras emociones brutales, dopados día y noche, como zombis. Es difícil no afectarse, cuando la imaginación roba por instantes la cordura, y te encuentras en la calle a plena luz del día y no ves gente, solo sombras deseosas de tocar, sentir, oír, amar pero las sombras tan solo son sombras y carecen de órganos sensibles.
Ese horror al vacío en que florece esta sociedad, la nuestra, es una extensión de nuestro miedo. Deseamos compañía, pero estando con otros nos damos cuenta de que sienten el mismo horror que nosotros, y das media vuelta prendes un porro y te entregas a la honda y acre sensación de bienestar inducida, te hundes en lo más profundo del sofá, alucinas un rato, bebes agua, te da hambre, sientes con sentidos amplificados, miras el techo de tu cuarto y piensas en alguien a quien deseas tener en tu regazo. Llega entonces después del alucino, la mañana con su realidad prescrita; la radio suena y un tema te hace recordar a alguien. Ya de tu sangre tan solo quedan vestigios del narcótico. No sientes hambre, ni frío, ni amor ni odio, el espejo te devuelve esa imagen de ti mismo que aborreces; tomas un vaso de agua a medias, te vistes a medias, sales de tu casa a medias… de nuevo te encuentras rodeado de las sombras que alucinaste, en tu mente vas creando el discurso que quisieras escuchar en el otro, ese “otro” del cual buscas llenar este vacío. A lo lejos suenan pájaros, el llanto de un infante…
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