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  • Foto del escritorTriangle Estudio

Eterno Retorno

Actualizado: 3 jun 2020


Fotografía: Juan c guerrero-fraile


No hay vida sin muerte, no hay espacio sin tiempo, noche sin el día que la precede.

 Eterno retorno.

Es cierto: el cambio es la constante en esta vida, algo inestimable, pero hay un templo que consuma ésta con otras verdades fundamentales. Desde Nietzsche, pasando por Borges, rozando a Hesse y descansando en “cien años de soledad” de Márquez. Juan C Guerrero-Fraile 

Una imagen colma el uzo de la puerta. Como fractal la sombra se multiplica, evidenciando franjas de claroscuros; una forma carece de contraste, como aquella palabra que moldea el lenguaje así aparece Borges, o la idea que Borges tiene de sí mismo. La escena transcurre en la biblioteca de algún mundo obtuso e imaginario, donde cada anaquel contiene el hambre de esos libros que anhelan ser leídos. Esa figura lúgubre pero constante, con rostro socavado por un labriego silencioso, el tiempo. Esa efigie de hombre o humano o tal vez palabra hecha mil veces polvo, se sienta lo más cerca posible de un manuscrito, cuyo olvido había hecho de el su morada intemporal. “Historia de la eternidad”  así se desviste el titulo. Aquella sala, a media luz bañada, con el movimiento de los árboles proyectando su textura entre la ventana escurridiza, era el instante confabulando con Borges, para mostrarle sobre la memoria esa imagen mitológica del Uróboros.


De repente,  un ruido crepitante, las letras comienzan a ser lava deslizándose, entre los estantes; bocas como Vesubios hacen de los libros volcanes  mostrando su materia abyecta: Hesse, Zaratustra, Flaubert, Rimbaud toneladas filosóficas que brotan de lo profundo, como aquel “Juego de Abalorios” o quizás la mente disgregada de Nietzsche agonizando, saliendo infinitas veces de su boca cual diosa Kali en un arrebato descomunal. Así, calmadamente, como “Siddartha” Borges, mira a través de su invidencia, saborea inmutable la épica escena que se ha desarrollado ante su efigie. Afuera, el árbol que agitaba sus hojas, ha dejado de proyectar su sombra a través de la tímida ventana.


El recinto, progresivamente se ha llenado de sombras, los libros tan solo se muestran como libros y carecen del hambre que propicio tal desenfreno. El anciano suavemente, cierra ese manuscrito. La noche errante cual Berebere empieza su recorrido por el recuerdo. Esa vorágine de la memoria que va borrando lo carente de importancia. Él se aleja, colmando de soledades el gris habitáculo que lo recibió, no sabe ya si lo ha imaginado todo o todo ha imaginado a un Borges inmortalizado por la constante cíclica de la existencia. El “Eterno Retorno” ese ser clandestino que se asoma por los umbrales de la mente, mirando un paisaje sobreexpuesto, en un mundo que quizá nunca existió. Ve alejándose, a paso quejumbroso, aquel anciano.



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